jueves, 18 de febrero de 2010

Dinero. Origen, sentido y existencia.

Las economías de truque son aquellas en las que los individuos intercambian unos bienes por otros. Aunque parezca algo alejado de la actual realidad, aun existen economías que rozan este intercambio en situaciones de grandes crisis, ya que es un intercambio natural que no depende de ninguna instancia económica ni instituciones. Yo tengo esto, tú eso otro, intercambiémoslo.

Sin embargo, existen problemas derivados de este tipo de economías, como la dificultad en realizar de forma continua intercambios que sean provechosos. Esto es por el llamado efecto de “doble coincidencia de deseos”. Algo que puede parecer simple, pero que afecta de lleno al tener muchos individuos que tienen bienes que no pueden intercambiar porque aquellos que los desearían no tienen los bienes que estos querrían. Esto impide en cierta manera la especialización y dificulta el proceso económico.

Sin embargo, las sociedades siempre han tenido a mano bienes que han sido fácilmente intercambiables, por el hecho de que todo el mundo los necesitaba o los deseaba de alguna manera. Los metales, la sal, las puntas de flecha, las piedras preciosas… Estos bienes rompen en cierta manera esa “doble coincidencia de deseos”, ya que de manera natural se facilita el intercambio por ese bien. Si quiero un pollo da igual que el individuo al que le venderé mis patatas no lo tenga, siempre que me pueda dar alguno de esos bienes que son fácilmente intercambiables, que podré dar el que tiene los pollos.

Estos bienes derivan hacia los que son de tipo duradero y fácilmente divisibles, es decir, los metales. Con el tiempo, y para organizar todo, surgen instituciones que certifican la acuñación del metal, que garantice su valor.

En definitiva, el dinero, no es más que aquel elemento que sirve como medio de intercambio, aceptado por todos los individuos, que depositan su confianza en el.

Esta confianza puede llegar a ser tal que el medio de intercambio tenga un valor económico muy superior al del coste.

Con estos bienes, con este dinero, se facilitan y agilizan los intercambios, y la gente puede especializarse mucho más, por lo que aumenta la productividad.

Además de poderse intercambiar por cualquier elemento (ya que el dinero además, cuantifica los bienes), puede intercambiarse en cualquier momento del tiempo, es decir, se puede guardar. Se facilita el ahorro (algo que no podías hacer si tu único medio de pago eran los pescados, por ejemplo).

Una vez que podemos guardar nuestro ahorro, o nuestra capacidad de compra, también podemos prestarla a otros, con determinadas condiciones y a cambio de una ganancia. Se generan, por tanto, cesión en la capacidad de compra, desde un agente excedentario hacia otro deficitario.

Sin embargo, aquí pasa como en el intercambio de bienes, se necesita la “doble coincidencia de deseos” para que se junten dos personas desconocidas, es decir, con escasa confianza entre ellos, que tengan en mente las mismas condiciones en la cesión. Como esto es difícil y costoso, surgen las instituciones que se encargan de mantener los ahorros y prestarlos. Los primeros agentes, los orfebres, ya se dieron cuenta de que realmente los ahorradores no pedían el dinero de golpe, y que por tanto podían prestarlo por su cuenta, redistribuyendo las ganancias entre los ahorradores y su propio beneficio. Así se crea un incremento en la capacidad de compra que no va acompañada de un incremento en el dinero. Es la llamada expansión del crédito.

En definitiva, el dinero tiene tres funciones básicas que articulan todo el sistema monetario. Es un método de transacción, se utiliza como unidad de cuenta, y favorece la acumulación de la riqueza.

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